Huertas Ipurua, S. A.

IMAG0701La culpa no es del excelentísimo consejo de administración de la Sociedad Deportiva Eibar. No. Rotundamente, no. La causa del mal estado del campo de Ipurua es del dios de la lluvia, que la ha tomado con Eibar en las últimas semanas, aunque también tiene su cuota de protagonismo el anticuado (y atascado) drenaje de Ipurua. Por si fuera poco, a esta fiesta se ha acoplado el dios del sol, recluido en su escondite desde que empezó el nuevo año.

No olvidemos la responsabilidad de los jugadores, que pisotean sin compasión el verde durante noventa minutos cada quince días. Algo insoportable. Y del entrenador, Gaizka Garitano, que da vueltas sin parar dentro de su área técnica al estilo Atila.

No podemos dejar atrás en toda esta historia el relato verídico de los periodistas, por supuesto. En sus crónicas califican el terreno de juego armero de cenagal. También explican que hay fango y barro o que está encharcado. Incluso se atreven a aportar pruebas fotográficas. Pero no solamente ahora, la pasada temporada decían que el césped estaba impracticable. Y qué decir de los blogueros.

Pero, por encima de todo, la culpabilidad del aficionado azulgrana, quien, además de pagar ateamente su abono, critica el estado de la «huerta» de Ipurua y pide explicaciones y soluciones a los gerifaltes de turno. Incluso alguno tira de ironía. Y no contento con eso, el hincha del Eibar propone soluciones a modo de Think tank: que si se debe aprovechar el dinero recaudado en la Copa para cambiar todo el césped, que si el barrizal de Ipurua perjudica el juego del equipo, que si se ha de protestar ante las instituciones vascas por la marginación que recibe un club saneado frente a otros clubes vascos endeudados y receptores de ayudas públicas, que si la entidad ha de pedir un crédito para ejecutar las tareas de remodelación, que si esas obras tenían que haberlas ejecutado durante este verano al prometerlo la directiva tras las quejas de Mandiola la campaña anterior… ¡Qué fácil es opinar con argumentos irrefutables!

En los últimos años, ya se ha oxigenado el campo y se ha pinchado la tierra; sin embargo, todo sigue igual. Quizás haya llegado el momento de emular los trabajos hechos en 1959.

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